ISSN 2362-1850. Publicación cuatrimestral.
Año 56 N° 24. Mayo 2022-Febrero 2022.
10 Años Unidad Sociológica
Grupo de lectura sobre análisis sociológicos clásicos y contemporáneos (GLASCyC)
Jerusalén y el proceso de descolonización. Reflexiones basadas en Walid Salem
Meir Margalit
Doctor en Historia por la Universidad de Haifa. Center for Advancement of Peace Initiatives.
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Walid Salem escribe clara y sintéticamente, desde lo más profundo de su alma y con gran dolor, el drama del palestino en Jerusalén bajo la ocupación israelí. Reconozco y admito desde mi condición de israelí enraizado en mi país cada una de sus palabras, y a pesar de oponerme tajantemente a las políticas colonizadoras de mi país, no puedo desentenderme de la responsabilidad que me cabe por el solo hecho de pertenecer al colectivo ocupante, y lo que es mucho más frustrante, por ser miembro activo en un movimiento que ya hace más de 46 años lucha contra la ocupación, y no ha logrado desmantelarla ni devolverle a los palestinos sus legítimos derechos sobre su tierra conquistada.
Walid Salem tiene pleno derecho a estar desilusionado con nuestro movimiento por su incapacidad de cambiar las políticas imperantes, y de suponer que tal vez podríamos haber hecho más de lo que hicimos. Pero Salem describe en su artículo un aspecto importante a tener en cuenta en momento de evaluar nuestro fracaso: la falta de un liderazgo reconocido y combatiente en el lado palestino, y lo describe claramente, con un apreciable sentido de autocrítica digno de admiración. Efectivamente, desde la prematura muerte de Faisal Husseini, en 2001, no ha surgido ningún líder, partido u organización, capaz de aglutinar a las fuerzas locales en derredor a una campaña de corte nacional que tome el liderazgo y represente a la población palestina.
Esto no es casual sino producto de una estrategia israelí sistemática destinada a desarticular a la población palestina, disolviendo sus instituciones nacionales, persiguiendo líderes políticos y comunitarios, fragmentando, atomizando y generando enfrentamientos entre la población civil y lo que es más deplorable- montando una densa red de delatores, dispuestos a vigilar e informar a las autoridades sobre la más mínima iniciativa comunitaria que tenga connotaciones políticas o nacionales. Con este proceso de deconstrucción/fragmentación/atomización, Israel ha logrado notoriamente transformar a la comunidad palestina de Jerusalén en no más que una suma de individuos desorientados, ya que nada más cómodo para Israel que dominar ‘sujetos-sujetados’, antes que enfrentar una comunidad organizada y concientizada.
Pero esto no es todo, la actitud israelí no explica todo el contexto de la delicada situación palestina en Jerusalén- a fin de entender este fenómeno social en su amplia dimensión debemos tomar conciencia que la comunidad adulta palestina en Jerusalén está mostrando claros signos de apego al sistema israelí. Cínicamente hablando podríamos decir que la ocupación de Jerusalén Oriental se ha convertido en una “co-producción” israelí-palestina. Después de 46 años, la ocupación produce una reconfortante sensación de seguridad y cotidianidad, a tal punto que parecería ser que el palestino jerosolimitano se ha acomodado a la ubicación que le ha sido concedida dentro de la trama social israelí, e inconscientemente reproduce estructuras de subordinación y obediencia. Quien vive 46 largos años bajo régimen de ocupación, la falta de libertad se convierte en rutina, y a lo largo del tiempo deja de ser percibida como opresora, pasa casi inadvertida, se “naturaliza”, se convierte en normalidad, adquiere “cotidianeidad”, se va haciendo cuerpo. A este proceso de mimesis Herbert Marcuse denominaría la construcción de una “identidad falsa” y Erich Fromm diría, que el palestino jerosolimitano “ha adoptado un yo que no le pertenece” (Fromm, 1980, p. 281).
Este fenómeno no es nuevo en la sociedad palestina. Edward Said advierte ya en el 2000 que la clase media palestina demuestra claros signos de acomodación al sistema israelí y “they made its peace with the ocupation”. Dadas las deprimentes condiciones en las que viven los palestinos en los territorios ocupados, hay una cierta lógica en el esfuerzo que ellos hacen “to make the best of a bad situation.” (Said, 2000). Dicha situación es el resultado de dos procesos paralelos: Por un lado, la convicción (o quizás la resignación) de que la ocupación está más afianzada que nunca, que el destino de la ciudad oriental ya está determinado (o condenado) a permanecer eternamente bajo dominio israelí. Por otro lado, los palestinos de Jerusalén han llegado a la conclusión de que la vida bajo la ocupación se ha vuelto más soportable que lo que parecía a primera vista, gracias a los beneficios que Israel otorga a través de la asignación de seguridad social y servicios médicos, que les corresponde en tanto residentes Israelíes. Es por ello que para muchos, y especialmente para las capas sociales más humildes, la vida bajo la ocupación es preferible a lo que el gobierno palestino tiene para ofrecerles, en vista de las precarias condiciones en las que viven sus correligionarios en la Autoridad Palestina, así como el caos en el que está envuelta la dirigencia palestina a raíz del conflicto entre Fatah y Hamas. Por combinación de ambos factores –los beneficios económicos que el sistema israelí otorga y la desconfianza ante una eventual soberanía palestina– los palestinos de Jerusalén Oriental parecen estar atravesando una suerte de aporía. El gobierno israelí no goza de legitimidad, pero ante las alternativas en vista, se perfila como “lo menos peor”.
La desideologización de la vida en Jerusalén Oriental, o lo que tal vez podría denominarse- “la opción hedonista” usando conceptos de Michel Onfray (2011), está produciendo daños inconmensurables, y acarrea consecuencias autodestructivas por cuanto actúa como narcótico que adormece y satura toda iniciativa de liberación nacional. Esta situación, que por un lado pareciera estar beneficiando a la población palestina, por el otro está actuando decididamente en detrimento de la causa palestina dado que ha suscitado en la población adulta una suerte de conformismo aletargado, que atenta contra su propio anhelo de autodeterminación. Hay, sin embargo, algo de comprensible en la actitud de los jerosolimitanos palestinos que todo lo que pretenden es vivir un poco mejor. Arthur Koestler decía que es imposible evitar que gente tenga razón por motivos equivocados, y los palestinos tienen pleno derecho a querer mejorar su nivel de vida, aunque esto afecte directamente su reivindicación histórica. A pesar de toda la carga de rencor, lo que parece estar claro, por ahora, es que entre los dos tipos de malestares, el malestar israelí es un poco más confortable que el palestino. No obstante lo señalado, importa realizar la siguiente aclaración: los palestinos jerosolimitanos no confían en la Autoridad Palestina, pero por cierto tampoco creen ni depositan su adhesión afectiva en Israel. Los disturbios de julio noviembre 2014 son la mejor prueba de esta profunda aversión a todo lo que Israel representa. Pero aquellos disturbios de los cuales Walid Salem se explaya, son la prueba de que aquella dirigencia local que él describe, no está preparada para tomar el mando del proceso de liberación nacional y ha desaprovechado una oportunidad histórica de levantar cabeza, dejar de lado las divergencias, organizarse en un frente común y enfrentar al stablishment israelí.
A pesar de lo expuesto, todo ello no implica que la rebelión popular se haya esfumado y que el espíritu nacionalista este totalmente extinguido- lo que está vedado en el campo político, desborda en el campo religioso. Del psicoanálisis aprendimos que todo lo reprimido retorna de una forma u otra, y esto es ineludible. La religión se convirtió en la válvula de escape de la sociedad palestina y toda la furia y humillación reprimida se vuelca en la mezquita. El Corán es el contra-discurso estatal, y la actividad religiosa es lo más cercano a lo que Mijaíl Bajtín describe como la forma en que las capas populares durante el renacimiento se rebelaron contra la cultura hegemónica, y lo que J.Habermas (2009), por su parte, define como un “contraproyecto al mundo jerárquico de la dominación” (p. 7). Así como el proletario desarrolla un saber propio destinado a usurpar el poder del patrón, el palestino desarrolla una conducta de orden religioso destinada a liberarse del dominio israelí. En este área Israel no ha logrado infiltrase lo suficiente como para reprimir el espíritu rebelde, y a través de ella los palestinos, dirigen su ofensiva, mantienen su identidad, rescatan algo de su dignidad y canalizan su malestar nacional.
Estas reflexiones no implican una evasión de responsabilidad por los daños inconmensurables que Israel produce día a día en Jerusalén Oriental, sino intenta, humildemente, ser un aporte a la comprensión de la complejidad de aquella trágica situación tan bien descripta por Walid Salem. En esta fase de lucha conjunta (la de Walid, la mía) debemos concentrarnos en la finalización de la ocupación israelí, y un día después de liberada la tierra deberemos iniciar el proceso de descolonización interna, que será no menos complicado que la finalización de la ocupación
Bibliografía
Fromm, E (1980). El miedo a la Libertad. Barcelona: Paidós.
Habermas, J (2009). Historia critica de la opinión pública. Barcelona: Editorial Gustavo Gili.
Said, E (2000). The End of the Peace Process- Oslo and After. New York: Vintage.
Onfray, M (2011). Política del Rebelde. Barcelona: Editorial Anagrama.
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