Unidad Sociológica

ISSN 2362-1850. Publicación cuatrimestral.

Año 5, N° 22. Junio 2021-Septiembre 2021.

Los otros diseños. Usos, sentidos y tensiones en torno al diseño como categoría polifónica

Grupo de lectura sobre análisis sociológicos clásicos y contemporáneos (GLASCyC)

La sociología de la moral: una aproximación al campo de estudio de las moralidades desde Durkheim hasta la actualidad

 

Guadalupe Allione Riba

Licenciada en Sociología (Universidad Nacional de Villa María). Becaria Doctoral Instituto de Estudios sobre Derecho, Justicia y Sociedad (IDEJUS), Universidad Nacional de Córdoba (UNC), Conicet.

 

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Resumen

 

En el siguiente trabajo ahondaremos en el campo de los estudios sociales de la moral. Atenderemos a los orígenes de la sociología de la moral presentando la teoría de uno de los “padres fundadores” de la disciplina sociológica: Émile Durkheim. A continuación, expondremos algunos desarrollos durante el siglo XX y XXI que entendemos como especialmente centrales dentro de dicho campo, en virtud de su aporte a la tematización y estudio de las dimensiones morales de la vida social. Ellos son: la “división moral del trabajo” de Everett Hughes, los “emprendedores morales” de Howard Becker, los “pánicos morales” de Stanley Cohen y el “capital moral” de Ariel Wilkis.

 

Palabras clave

 

Sociología de la moral – División moral del trabajo – Emprendedores morales – Pánico moral – Capital moral.

 

Abstract

 

In this work we will delve into the field of the social studies of morality. We will pay attention to the origins of sociology of morality presenting the theory of one of the “founding fathers” of the sociological discipline: Émile Durkheim. Next, we will present some developments during XX & XXI centuries that we understand are especially central within that field, considering their contribution to the thematization and study of the moral dimensions of the social life: “moral division of labor” by Everett Hughes, “moral entrepreneurs” by Howard Becker, “moral panic” by Stanley Cohen and “moral capital” by Ariel Wilkis.

 

Keywords

 

Sociology of morality – Moral division of labor – Moral entrepreneurs – Moral panic – Moral capital.

 

Introducción

 

En el presente trabajo indagaremos en torno a la sociología de la moral. [1] En ese marco, buscaremos brindar una mirada de los orígenes de este campo de estudio y de algunos aportes centrales que se realizaron a lo largo de los siglos XIX, XX y XXI. En efecto, nuestra pretensión no es abordar la totalidad de aportes ni agotar completamente las discusiones que circulan en dicho campo, sino ofrecer un panorama de una serie de contribuciones que nos parecen especialmente significativas. A lo largo de este escrito seguimos la conceptualización de Fernando Balbi, quien afirma que “lo distintivo de la moral es la postulación eficaz en determinado medio social de ciertos cursos de acción y formas de relación social como simultánea e indisociablemente deseables -es decir, buenos en sí mismos- y obligatorios. Entendida en estos términos, la moral es una parte constitutiva de la producción de la vida social ya que todo conocimiento sobre los asuntos humanos comporta consideraciones morales” (Balbi, 2014:14).

De este modo, en un primer momento profundizaremos en la propuesta fundacional de Émile Durkheim y su definición de la sociología como “la ciencia de la moral”. A continuación, abordaremos las reflexiones producidas por referentes tanto de la primera como de la segunda generación de la Escuela de Sociología de Chicago, ahondando en la conceptualización de la “división moral del trabajo” propuesta por Everett Hughes y las teorizaciones de Howard Becker respecto a los “emprendedores morales”. Siguiendo la línea de sociólogos angloparlantes, en la tercera sección de nuestro artículo reflexionaremos en torno a los “pánicos morales” de Stanley Cohen. Finalmente, y ya en clave local y contemporánea, presentaremos el concepto de “capital moral” propuesto por Ariel Wilkis.

 

Durkheim y la sociología como “la ciencia de la moral”

 

El interés en torno a la moral dentro de la sociología no es una novedad: Noel (2014) sostiene que la predilección por el estudio de las dimensiones morales de la vida social aparece de forma muy temprana en la historia de la disciplina, ya que al menos uno de sus “padres fundadores” – Émile Durkheim– colocó la preocupación por lo moral en un lugar central de sus propuestas teóricas. Los desarrollos del pensador clásico en torno a la moral se dan en el marco de la discusión que establece con la teoría económica ortodoxa de fines del siglo XIX – a la que definía como ahistórica y construida sobre el utilitarismo individualista-. De hecho, Durkheim afirmaba que las reglas y acciones morales deben estudiarse científicamente como propiedades de la organización social, ya que no proceden de principios abstractos que pueden ser deducidos, sino que la sociedad da forma a las normas morales aprendidas por las necesidades colectivas (Durkheim, 2001).

En consecuencia, para el pensador la moral es una propiedad colectiva: no hay sociedad -ni puede concebirse una sociedad- donde las relaciones económicas no estén sujetas a una reglamentación de leyes y costumbres. Específicamente, es en “La división del trabajo” donde encontramos el desarrollo más acabado de Durkheim en torno a la moral. De hecho, el autor establece que: “Este libro es ante todo un esfuerzo por tratar los hechos de la vida moral según el método de las ciencias positivas” (2001:33). En el prefacio de la primera edición, Durkheim explicita su propósito de construir la ciencia de la moral y presentando el objeto de esta ciencia al exponer una primera conceptualización de los hechos morales como reglas de acción posibles de ser observados. Es decir, los hechos morales no son una legislación siempre revocable, sino más bien un sistema de hechos adquiridos ligados al sistema total del mundo. Para el pensador:

 

La moral realmente practicada por los hombres no se considera entonces sino como una colección de hábitos, de prejuicios que no tienen valor como no sean conformes a la doctrina; y como esta doctrina se deriva de un principio que no se ha deducido de la observación de los hechos morales, sino que se ha tomado de ciencias extrañas, es inevitable el que, sobre más de un punto contradiga el orden moral existente. (2001:43)

 

Hasta el momento, los filósofos habían presupuesto que la ética se basaba en una serie de principios abstractos. Para Durkheim, en cambio, tenemos que empezar por la realidad, es decir, por el estudio de las formas concretas de las reglas morales comprendidas dentro de sociedades determinadas. Dichas acciones morales tienen dos aspectos: la atracción positiva, es decir, la atracción a un ideal o conjunto de ideales. Pero también tienen los caracteres de obligación y coacción, ya que el seguimiento de fines morales no se funda siempre inevitablemente en el atractivo de los ideales. Ambos aspectos de la regla moral son esenciales para su funcionamiento.

Como explica María Soledad Catoggio (2004), el término "moral", entonces, aparecía mayormente adjetivando objetos determinados, más que definido por su sustantividad: [2] “medios morales”, “funciones morales”, “fuerzas morales”, “orden moral”, “acción moral”, “vida moral” son algunos ejemplos de esta operación. Es por esta razón que se hace difícil conceptualizar el hecho moral en un sentido sustantivo: ¿la moral es un medio, es una fuerza o es una función? Para Catoggio:

 

“parecería más bien que es todos esos sentidos a la vez. Así, el concepto de la moral no solamente se usa como atributo de cosas determinadas sino que además es posible medir esa moralidad de las cosas en relación a su densidad: el status de realidad de la moral está fuertemente vinculado al sustrato material de lo social. Las variaciones de los hechos morales son el correlato de las variaciones materiales del medio social.” (Cattogio, 2004:3).

 

En síntesis, los elementos centrales de la propuesta durkheimiana en torno a la moral son los siguientes: la importancia de los “ideales” y de la unidad moral en la continuidad de la sociedad; la significación del individuo tanto como agente productor de las influencias sociales como receptor pasivo de ellas; la doble naturaleza de la adhesión del individuo a la sociedad, en cuanto incluye a la vez la obligación y la entrega positiva de los ideales; y el principio de que una organización de elementos (es decir, de individuos como elementos de sociedades organizadas) tiene propiedades que no pueden deducirse directamente de las características de los elementos aisladamente considerados.

 

La Escuela de Chicago: la “división moral del trabajo” de Everett Hughes y los “emprendedores morales” de Howard Becker

 

Ya en el siglo XX, la Escuela de Sociología de Chicago -tanto la primera generación de principio de siglo, como su continuación luego de la Segunda Guerra Mundial- es una referente fundamental de los desarrollos teóricos en torno a las configuraciones morales de la sociedad. En este punto es ineludible nombrar a Everett Hughes -perteneciente a la primera generación de la Escuela de Chicago-, en tanto sus investigaciones sobre el trabajo y, particularmente, la “división moral del trabajo” [3] y los considerados “trabajos sucios” abrió el campo y sentó las bases para muchos sociólogos e investigadores de lo social que sentían interés por los estudios de las dimensiones morales de la vida social. Su trabajo se orientó a reflexionar en torno a las relaciones étnicas y raciales, el trabajo y las ocupaciones, siendo uno de los primeros contribuyentes al análisis sociológico de la Alemania nazi en “La gente de bien y el trabajo sucio” (2015).

Hughes (1964) expone que la práctica de cualquier ocupación o trabajo demanda, en menor o mayor medida, algún grado de autorización social. Es por esto que las prácticas y el lenguaje acerca del trabajo se encuentran tan cargados con juicios de valor y prestigio. Desde esa perspectiva, Hughes sostiene que un atributo fundamental de las ocupaciones es la “licencia”. Esta licencia no tiene que ver con límites legales o institucionales para poder llevar a cabo un trabajo, sino con los mandatos y expectativas socialmente atribuidos a las personas y sus ocupaciones. Tales licencias y mandatos son la manifestación principal de la división moral del trabajo, es decir, “el proceso por el cual las diferentes funciones morales son distribuidas entre los miembros de una sociedad en relación a la ocupación o trabajo que desempeñan” (Hughes, 1964:80).

Esta división social del trabajo se manifiesta en las reglas y expectativas de comportamiento, es decir, el orden moral. Las interacciones están ordenadas en cierto grado por una colección de imperativos morales, que varían en fuerza y rigidez, y tienden a rutinizar las interacciones. Según el autor, hay diferentes “funciones” morales que cumplen o se espera que cumplan las personas, teniendo en cuenta su pertenencia racial, su edad, su género, su origen socioeconómico, su nacionalidad, entre otros. En consecuencia, los trabajos, labores y ocupaciones se distribuyen diferencialmente entre los sujetos según los diferentes atributos morales imputados a ellos.

Howard Becker fue discípulo de Hughes y referente de la segunda ola de la Escuela de Chicago y de los estudios sobre la desviación, la “teoría del etiquetamiento” y del interaccionismo simbólico. De hecho, el autor expone en los agradecimientos de su clásico “Outsiders. Hacia una teoría de la desviación” (2014) que su forma de pensar la desviación y la sociología en general le debe mucho a su maestro Everett Hughes. En ese libro, Becker desarrolla los resultados de sus indagaciones en torno a los músicos que trabajaban en bares y otros lugares “modestos”, prestando atención a sus prácticas de consumo y experimentación de la marihuana. [4] Su principal interrogante era “¿por qué la gente que hemos identificado como delincuentes hace aquello que hemos definido como delitos?” (Becker, 2014:15). Es en el ámbito de dicha investigación que el sociólogo acuña el término “emprendedores morales”.

El término emprendedores morales, entonces, nace en el marco de sus interrogaciones respecto a cómo y por qué se originan ciertas normas morales. También llamados cruzados reformistas, los emprendedores se caracterizan por crear y esforzarse por imponer algunas de las reglas morales que regulan la sociedad. De este modo, allí donde se crean y aplican normas existe una persona o grupo de personas que tienen una iniciativa moral en tanto se proponen sostener o crear un fragmento de la constitución moral de una sociedad, de aquello que es “correcto” o “incorrecto” en ese contexto específico. Según Becker, hay dos tipos de emprendedores morales: aquellos que crean las normas y quienes las aplican. En efecto, los emprendedores morales operan desde una ética absoluta que cuenta con una fuerte impronta humanitarista. Gabriel Noel (2011) expone al respecto:

 

En un extremo, los “ciudadanos de bien”, la “gente como uno”, los miembros del establishment, quienes, al conseguir monopolizar con relativo éxito el lugar de “emprendedores morales” y en su doble carácter de juez y parte, suelen ser admitidos sin mayores dificultades como miembros de pleno derecho de la comunidad con la que se identifican. Correlativamente y en el otro extremo, están los actores cuyos reclamos de pertenencia plena al colectivo son, rutinariamente, impugnados por el implacable tribunal de la “buena sociedad”, ya sobre la base de la ausencia de ciertos atributos que se suponen inherentes a la identidad a la que se aspira, ya en virtud de la presencia de otros atributos negativamente valorados, incompatibles con aquéllos. [5]

 

En síntesis, para Becker, el tipo de reformismo moral que intentan llevar a cabo los emprendedores morales implica un acercamiento paternalista de una clase dominante a las menos favorecidas en la estructura económica y social. El sociólogo sostiene que “al transformar a los cruzados de la moral en objetos de estudio, el análisis socava la jerarquía de credibilidad de la sociedad convencional. Cuestiona el monopolio de la verdad y de la ‘historia completa’ a mano de quienes ostentan poder y autoridad” (Becker, 2014:224). [6] Nos parece importante hacer énfasis en este punto, ya que se suelen imputar a las teorías interaccionistas y del etiquetamiento cierto “desconocimiento del poder”, sosteniendo que reducen toda interacción a una negociación o interacción de sentidos. Pablo Semán, sin embargo, explica que “su atención a la singularidad de los procesos, a su carácter colectivo, y al hecho de que en todo campo de actividad se trata de movilizar recursos y definiciones que resultan de disputas asimétricas llevan a encontrar los efectos de esas estructuras como punto de llegada de las descripciones” (Semán, 2016:18). Por lo tanto, sostenemos que la mirada que reduce al interaccionismo simbólico a una interacción ignora el carácter político de los procesos de etiquetamiento y cruzada moral, aspecto central en la propuesta beckeriana.

 

Stanley Cohen y los “pánicos morales”

 

Stanley Cohen fue un sociólogo británico y otro referente de la teoría del etiquetamiento. En consonancia con la propuesta de Becker, con quién fue contemporáneo, Cohen acuña el concepto de “pánicos morales” en su libro “Demonios populares y pánicos morales. Desviación y reacción entre medios, política e instituciones”, [7] donde también plasmó los resultados de su tesis doctoral. Su investigación se enfocó en las subculturas británicas de los años sesenta, los Mods y los Rockers, quiénes fueron objeto de uno de los pánicos morales más recurrentes de la época. La codificación de los “problemas” como la violencia entre “bandas”, el consumo de drogas, la militancia estudiantil, las manifestaciones políticas, el vandalismo y delitos en general, y su impacto en la agenda mediática son las principales preocupaciones de Cohen, quién explica que:

 

las sociedades parecen estar sujetas, de vez en cuando, a períodos de pánico moral. Una condición, episodio, persona o grupo de personas emerge para ser definida como una amenaza a los valores e intereses de la sociedad, su naturaleza se presenta de una forma estilizada y estereotipada por los medios de comunicación, las barricadas morales están a cargo de los editores, obispos, políticos y otras personas bien pensantes; expertos socialmente acreditados anuncian diagnósticos y soluciones [...] A veces el objeto del pánico es bastante original y en otras ocasiones se trata de algo de larga data que de repente aparece en el centro de la atención. A veces el pánico pasa y se olvida, excepto en el folclore y la memoria colectiva, y otras veces tiene repercusiones más graves y de larga duración y puede producir cambios tales como los de la política jurídica y social o incluso en la forma en que la sociedad se concibe a sí misma.  (Cohen, 2015:52)

 

En efecto, los pánicos morales describen la erupción o ebullición social que transforma a un grupo marginal en un “demonio popular” o en grupo desviado. Es decir, describe configuraciones sociales que tienen la habilidad para demonizar públicamente a un grupo y a sus prácticas. La parte “moral” del asunto viene con la condena y la desaprobación social, la valoración en términos de lo que es “bueno o malo” para los valores e intereses de una sociedad. Es decir, un grupo de personas, episodio o condición que emerge y se define como una amenaza a los valores sociales e intereses. En el prólogo a la tercera edición, Cohen sostiene que los “objetos” de los pánicos morales son bastante predecibles, como así también las fórmulas discursivas que se usan para representarlos. Son “siete conocidos núcleos de identidad social” (Cohen, 2015:11): 1) jóvenes violentos de clases populares, 2) violencia escolar: bullying y tiroteos, 3) abuso infantil, 4) sexo, violencia y culpabilización de los medios, 6) personas que acceden a los servicios de seguridad social y madres solteras, 7) migrantes y refugiados.

Según Kenneth Thompson (2014), los elementos centrales de los pánicos morales son los siguientes: a) algo o alguien es definido como una amenaza para la sociedad; b) dicha amenaza es representada en las plataformas mediáticas de tal modo que su “forma” será fácilmente reconocible; c) se produce rápidamente una construcción de la preocupación pública; d) las autoridades y los formadores de opinión se sienten obligados a siempre decir algo al respecto; y e) el pánico puede pasar o producir cambios sociales.

Antes de finalizar con este apartado nos interesa aclarar que si bien la expresión “pánico moral” parece estar cargada por una connotación negativa -asumiendo la ingenuidad por parte de las personas implicadas y la manipulación por parte de otras- el “pánico”, es más bien una metáfora para hablar del elemento emocional que acompaña la erupción social, para hablar del lenguaje emocional activado en discursos públicos. Del mismo modo, es también importante notar que el mismo Cohen problematiza la etiqueta de “desproporcionalidad", según el cual los pánicos morales se caracterizan como desmesurados respecto del problema real al que se refiere. Asimismo, el sociólogo es muy insistente en aclarar que dicha parte emotiva del fenómeno no ha de verse como irracionalidad ni como expresión de una pretendida homogeneidad moral.

 

Ariel Wilkis y el “capital moral”

 

Ya en el plano local y contemporáneo, entendemos que el aporte de Ariel Wilkis (2014) a la agenda de investigaciones sociales en torno a la moral brinda una perspectiva analítica que renueva y oxigena el campo de estudio. Wilkis es especialista en sociología y antropología del dinero y las finanzas. Ha analizado los conflictos y regulaciones morales de los usos del dinero en diferentes circuitos económicos: circuitos informales e ilegales, redes políticas y religiosas, sistemas formales e informales de crédito y deuda, y la economía doméstica. Es en el marco de esas indagaciones donde el autor propone la categoría de “capital moral”, enmarcado en la teoría de los capitales de Pierre Bourdieu y trabajando desde el capital simbólico como puntapié para proponer una sociología de la moral bourdiesiana. A través del concepto de capital moral, Wilkis intenta articular la competencia a través de las obligaciones, la puesta en valor moral de las personas y su estatus dentro de un orden social.

 

Así como el capital simbólico es definido como el producto de la transfiguración de una relación de fuerzas en una relación de sentido, es decir, el capital económico o cultural cuando son conocidos y reconocidos según sus categorías de percepción. El capital moral, por su parte, puede ser pensado como el efecto de la transfiguración de una relación de fuerzas en relaciones de valor. Las categorías de percepción y apreciación que el capital moral impone son las vinculadas a poner en valor los actos sociales con los estándares de lo que debe ser obligatorio. (Wilkis, 2014:171, 172).

 

En consecuencia, la posición social de los agentes también se sostiene sobre el reconocimiento de virtudes morales. Estas virtudes, explica Wilkis, funcionan como capital porque acumularlas implica acumular legitimidad y autoridad dentro de una jerarquía y orden social. “El capital moral es percibido como capital simbólico por las virtudes reconocidas. En particular, por la manera en que ellas indican obligaciones a partir de las cuales son evaluadas las personas” (Wilkis, 2014:171). De este modo, las personas miden, comparan y evalúan todo el tiempo sus virtudes morales. Poseer capital moral es ser reconocido a través de estas virtudes. Por ejemplo, el cumplimiento de obligaciones puede ser una fuente de estos reconocimientos.

Entonces, el concepto de capital moral identifica ese tipo de reconocimiento y sus efectos para jerarquizar a las personas en relación con los beneficios de un orden social. Por lo tanto, la acumulación de capital moral es una vía para acceder a recursos y poder (Wilkis, 2015). En este marco, entendemos que esta categoría se constituye como una herramienta muy interesante para pensar a los emprendedores morales, la acumulación de capital moral que tienen y, en consecuencia, el alto grado de legitimidad con el que cuentan para erigirse como guardianes morales de la sociedad.

En síntesis, la conceptualización de capital moral de Wilkis también recoge la exigencia de analizar las disputas de significados morales sobre las personas y sus acciones en marcos contextuales específicos. El capital moral remite a los esquemas de percepción y apreciación que reconocen propiedades pertinentes como virtudes. Los usos sociales de los juicios y evaluaciones morales sacan de la indiferencia moral a las personas y sus actos para ponderarlos y valorizarlos. Así, la acumulación de capital moral está ligada a la competencia por imponer esos esquemas de apreciación y evaluación; los desacuerdos y controversias sobre las virtudes valoradas en cada contexto son expresiones de esta dinámica conflictiva.

 

Conclusión

 

Según Noel (2014) más allá de la presencia persistente de la moral en los orígenes de la disciplina sociológica, los casos en los que la moral ha sido explícitamente tematizada y estudiada han sido más bien escasos. En consecuencia, en este trabajo buscamos ofrecer un acercamiento a la sociología de la moral con el propósito de exhibir los novedosos desarrollos que fueron oxigenando y brindando nuevas perspectivas a dicha corriente teórica.

En este sentido, en primer lugar, abordamos la propuesta fundacional de Émile Durkheim y su comprensión de la sociología como la disciplina que debe estudiar la moral científicamente. Presentamos sus desarrollos centrales y observamos cómo sentó las bases de los estudios sociales de la moral que se desarrollaron en los siglos XX y XXI. A continuación, expusimos las teorizaciones en torno a la moral realizadas por la Escuela Sociológica de Chicago, tanto la primera generación con Everett Hughes y su “división moral del trabajo”, como la segunda generación con Howard Becker y su categoría de “emprendedores morales”. En la tercera sección de este trabajo ahondamos en el concepto de “pánicos morales” acuñado por Stanley Cohen. Finalmente, delineamos la propuesta de Ariel Wilkis y la categoría de “capital moral”.

En suma, nuestra finalidad fue enfocarnos sobre aquellos aportes que entendemos como especialmente centrales dentro de la sociología de la moral, sin buscar ofrecer una mirada totalmente abarcativa del campo de estudio. De hecho, sostenemos que todos los desarrollos teóricos que abordamos a lo largo del presente trabajo cumplen con la enumeración de Wilkis (2015) de los aspectos claves de la sociología de la moral: vincular las dinámicas morales con el acceso a recursos y al poder; tomar en cuenta la complejidad de los significados morales que se atribuyen a sujetos, acciones y sucesos; y conectar contextos sociohistóricos y dinámicas morales.

 

 

Referencias bibliográficas

 

Balbi, F. (2017). “Moral e interés: Una perspectiva antropológica”. En PUBLICAR, Núm. 23, año 15.

Becker, H. (2015). Cómo fumar marihuana y tener un buen viaje: Una mirada sociológica. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.

Becker, H. (2014). Outsiders: hacia una sociología de la desviación. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.

Cohen, S. (2015). Demonios populares y pánicos morales. Desviación y reacción entre medios, política e instituciones. Buenos Aires: Gedisa.

Catoggio, M. S. (2004). “El concepto de la moral en los fundamentos  de la sociología de Émile Durkheim”. En Nómadas, núm. 10, Universidad Complutense de Madrid Madrid.

Durkheim, E. (2001). La división del trabajo social. Madrid: Akal.

Hughes, E. (2015). “La gente de bien y el trabajo sucio”. En Delito y Sociedad,N° 40, año 24, 2º semestre.

Hughes, E. (1964). Men and their work. United States: The Free Press of Glencoe.

Irvine, J. (2007). Transient feelings. Sex Panics and the Politics of Emotions. Duke University Press.

Noel, G. (2014). “Presentación de las dimensiones morales de la vida colectiva. Exploraciones desde los estudios sociales de las moralidades”. En Papeles de Trabajo, Vol. 8. N°13, pp. 14-32.

Noel, G. (2011). “Cuestiones disputadas. Repertorios morales y procesos de delimitación de una comunidad imaginada en la costa atlántica bonaerense”. En PUBLICAR, año IX, n° XI.

Semán, P. (2016) “¿Cómo hacer preguntas productivas sobre el consumo de marihuana?”. En Becker, H. Cómo fumar marihuana y tener un buen viaje. Una mirada sociológica. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.

Thompson, K. (2014). Pánicos morales. Bernal: Universidad Nacional de Quilmes.

Wilkis, A. (2015). “Sociología moral del dinero en el mundo popular” en Estudios sociológicos, vol.33, no.99. Ciudad de México.

Wilkis, A. (2014). “Sobre el capital moral”. En Papeles de Trabajo, Vol. 8, N°13, pp. 164-186.

 

Notas

 

[1] Este artículo fue escrito en el marco del desarrollo de la tesis doctoral “El debate en torno a la legalización del aborto: un análisis de las valoraciones morales que circulan en el ámbito púbico en Argentina (2018-2020)” CEA-FCS-UNC.

 

[2] Operación que se repite en la gran mayoría de autores que trabajan con las dimensiones morales de la vida social, tanto clásicos como contemporáneos.

 

[3] La formulación de dicha categoría es una alusión manifiesta a Durkheim y su “división social del trabajo”.

 

[4] Asimismo, parte de esta investigación se encuentra plasmada en el libro, también ya un clásico, “Cómo fumar marihuana y tener un buen viaje: Una mirada sociológica” (2016). Allí, Becker se interesa en demostrar la “dimensión social” del acto de fumar marihuana, en oposición a aquellas miradas que la entendían como un acto que nace de una predisposición psicológica individual.

 

[5] Sin embargo, es importante recordar que las relaciones descriptas constituyen tipos ideales que refieren procesos que suelen aparecer en la vida efectiva de los grupos sociales de un modo mucho más desprolijo y cuyo alcance, extensión y explicitud habrán de diferir de comunidad en comunidad.

 

[6] De hecho, Becker sugiere a aquellos interesados en estudiar la “desviación” preguntarse especialmente quién acusa a quién, de qué se está acusando y en qué circunstancias tiene éxito dichas acusaciones.

 

[7] En el prólogo a la tercera edición del texto citado, el mismo Cohen aclara que el término pánico moral “es un reflejo muy claro de la voz de los últimos años de la década de 1960” en Inglaterra” (Cohen, 2015: 9), aunque fue él el primero en definirlo y utilizarlo de manera sistemática (Thompson, 2014).

 

[8] En el marco de los estudios de los pánicos morales, la antropóloga Carol Vance acuñó el concepto de “pánicos sexuales” para abordar las volátiles batallas en torno a la sexualidad. Para Janice Irvine, los pánicos sexuales son significativos porque son el “momento político del sexo” (Irvine, 2007:2), es decir, la transformación de los valores morales en acción política, e incluso pueden dejar como saldo medidas represivas de dramático alcance. En consonancia con Thompson, la autora señala que los aspectos más recurrentes de los pánicos sexuales son: a) los discursos suelen enfatizar el peligro; b) esta retórica usualmente hace uso de datos falsos o no comprobables; c) los pánicos sexuales se expresan a través de narrativas chocantes y de un lenguaje sexual explícito y exagerado, con fuertes cargas valorativas; d) son fomentados principalmente por los medios masivos de comunicación, y e) los pánicos sexuales demonizan a grupos de personas.

 

 

 

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